En Los gauchos irónicos el escritor Juan Terranova propone lecturas para las obras mas destacadas de algunos escritores de su generación.
Txt. Javier Garat
Juan Terranova es una figura polémica e interesante. Se desempeña como crítico cultural en diversos medios y ha publicado, entre otras novelas, Los amigos soviéticos, Hiroshima, Mi nombre es Rufus y El caníbal. Enseguida comprendió la magnitud de Internet y por eso fue uno de los primeros en explorar ese terreno extraño que se da en su cruce con la lengua.
Los gauchos irónicos, publicado por Milena Caserola, es su nuevo libro. En este caso se aleja de la ficción para leer escritores argentinos contemporáneos y miembros de su propia generación como Félix Bruzzone, Carlos Busqued, Luciano Lamberti, Pola Oloixarac y Mariano Dorr. Se trata de un libro que propone lecturas y preguntas y destila un mapa irónico donde cada obra se inscribe en un relato más grande que es el de la política y la historia pero desde un presente que ya no mira hacia atrás con miedo o terror.
El presente en Los gauchos... tiene una clara intención de desestabilizar esos discursos fosilizados que muchos escritores, políticos e intelectuales pronuncian sobre el pasado. ¿Por qué te obsesiona el presente?
En el plano psicológico y traumático, quizás sea un efecto colateral de haber vivido mi educación sentimental en los años 90, envuelto en ese persistente y absurdo discurso del fin de la historia. En un plano profesional, la diferencia entre el crítico y el académico es que el primero, con riesgo, debe plegarse sobre lo que sucede y le sucede como lector, mientras el académico puede abandonarse a objetos pasados y ya cerrados donde el trabajo es más cómodo y atemporal.
¿Cuáles consideras que son los peligros de hacer crítica sobre el presente?
Quedar como un idiota y que gente que no conocés, y jamás vas a conocer, vaya por la vida convencida de que sos un canalla, comentándolo en asados y reuniones. Pero peligroso es que se caiga un avión. Esto es, digamos, parte del ejercicio de una actividad.
En algunas entrevistas decís que las categorías de joven o nuevo, para hablar de literatura, no sirven. ¿Qué categorías te interesan?
Heterosexual, católico, anodino, contundente, sintético, barroco, expresionista, esmerado, judío, sobreviviente, comemierda, anacrónico, perturbador, parásito, execrable, sensible, payaso.
¿Cuál es la relación entre tu ensayismo y tu ficción? ¿Cómo conviven?
Conviven mal. Probablemente termine siendo un ensayista que narra, o un narrador que cada tanto argumenta. Lo digo resignado porque lo veo como algo malo. Espero realmente dejar de escribir “ficción” en algún momento. Hay por lo menos quince escritores de mi generación que lo hacen mejor que yo.
¿Por qué te interesa la ironía?
Es una enfermedad horrible de la que me gustaría curarme, casi tan terrible como la homosexualidad.
¿Por qué elegiste escribir sobre lo que te gusta, proponiendo lecturas, en lugar de escribir en-contra-de?
Buena pregunta. El desafío es más intenso. Escribir “en contra de” es como ir al tren fantasma, te rías o te asustes, siempre te divertís. Escribir a favor es como intentar colonizar Siberia habiendo nacido en Caballito. Nadie lo hace. Nadie sabe si sirve. Sacar algo de ese suelo helado es muy complejo. No, mentira. Solo seguí mis lecturas y eso fue lo que salió. Ya habrá tiempo para señalar lo malo.
Además de Los gauchos.. en junio presentaste El vampiro argentino, ¿de qué se trata?
Es una novela que se publicó en España hace unos años y es un intento arrebatado de maximalismo tercermundista. No llegó antes por el tema del cierre de la importación de libros. La trama es muy simple. Los nazis ganan la Segunda Guerra, dominan el mundo, Buenos Aires es la capital nacionalsocialista de Latinoamérica. Un vampiro comienza a matar militares y funcionarios succionándoles la sangre de forma bestial. Y claro, están los festejos del Bicentenario de la revo-lución, todos esos equívocos, mis obsesiones por los sistemas políticos totalitarios, por la fuerza, por las armas, por las literaturas nacionales. Es también la historia de un tipo que piensa mucho en un mundo donde todo indica que lo mejor es no pensar. Me rompí la cabeza para escribir esta novela, es larga, farragosa, compleja. Y me habría gustado –Dios lo sabe–, que fuera todavía más compleja. Pero, como dice (James) Ellroy: “Escribir novelas largas, joder, es demasiado tiempo solo”. Y estar solo tiene grandes ventajas pero también grandes desventajas. Hay que hacerlo con cuidado.